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San Fernando, el rey cristiano y la barquita del pescador. Especial Corpus Christi (I)
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Cuentos del Corpus… San Fernando
(Cuentos cedidos por José Antonio Colinet para AndaluNet)
Érase una barquita que soñaba una estrella; En sus primeros años de vida había trabajado para un pescador llamado Pedro, a Pedro le gustaba llamar Aurora a su barquilla pues a ambos les gustaba faenar al amanecer.
Un buen día los pies descalzos de Jesús pisaron por primera vez sus tablillas húmedas y de repente la humilde barquita sintió cómo la fuerza de un gran galeón se apoderaba de ella, sabía que ahora podía cruzar todos los mares, atravesar todas las tormentas, Jesús había llegado a sus vidas.
El tiempo pasó y Pedro dejó de pescar peces para pescar el corazón de los hombres, pero a veces volvía a buscar a su barquita y juntos pasaban la noche mirando estrellas.
Mi fiel barquita, – dijo Pedro aquella noche- ya ves como Jesús ha cambiado nuestras vidas, ahora debo seguir a pie mi destino, y tú deberás sortear muchos peligros hasta llegar al sitio que te corresponde, sólo entonces encontrarás tu estrella.
Pedro marchó y nunca más volvieron a verse.
Aquella barquita, perdida ahora sin su gran amigo, se había dejado llevar a la deriva, siempre mirando al cielo.
Pasaron muchos, muchos años, y llegó nuestra amiga a orillas del Guadalquivir. Isbilia estaba habitada por musulmanes que no conocían a Jesús ¡si pudiera hablarles de él!, -pensaba la barquita-, ¡si hubiesen visto como yo la dulzura de sus ojos!
En eso pensaba cuando un tal Abú Salem, cogió sus amarras y la llevó arrastrando por el río. Antes de darse cuenta Aurora formaba parte de un entramado de barquitas que hacían de puente entre Sevilla y Triana.
Justo en este lugar transcurre mi sueño -dijo Aurora radiante-, justo en este lugar encontraré mi estrella.
De repente un hombre embozado comenzó a cruzar el puente con paso firme. Tan fuerte pisaba y con tanta energía que sin quererlo encajó su bota entre las tablillas de Aurora.
¡Menudo bruto! -soltó Aurora sin pensar-
-¿Quién osa llamar bruto al Rey de Castilla? -gritó aquel hombre-
Aurora se quedó de una pieza (era la primera vez, desde que estuvo en Galilea, que alguien podía oírla)
Soy Aurora, tu bota se ha encajado entre mis tablas -dijo asustada-
Por Castilla y por León que estoy perdiendo la cordura – volvió a gritar aquel hombre arrogante-
Verá Majestad, yo tampoco salgo de mi asombro, hasta ahora sólo Pedro y Jesús habían podido escuchar mis pensamientos.
Fernando se sentó desconcertado mientras procuraba soltar la condenada bota y entre tanto ambos comenzaron a charlar
¿Es cierto entonces que conociste a Jesús? Preguntó el Rey
Tan cierto como que esta noche andará descalzo por la ciudad Majestad.
Volveremos a vernos Aurora- se despidió Fernando-, ahora debo marchar a explorar una ciudad que ya desde aquí presagio hermosa. (Se descalzó y siguió su camino)
Paseó el Rey de Castilla y de León por Sevilla y comprobó que en ella todos soñaban, y vio una torre alta y esbelta que soñaba campanas, y vio mezquitas que soñaban a Dios y recordó aquella barquita soñando su estrella. Entonces comprendió que él mismo no podría dejar de soñar con aquella ciudad.
Mucho tiempo estuvo Fernando planeando su entrada en Sevilla pero la ciudad, perfectamente amurallada, hacía difícil su conquista. Los pies le estaban matando, las heridas habían hecho mella en unos pies acostumbrados a suaves y agradables calzados, entonces recordó a Aurora, reunió a su ejército y galopó lo más rápido que pudo en dirección al río.
Aurora se dejaba acunar por el suave bamboleo de las aguas del Guadalquivir, cuando oyó de repente unos pasos conocidos.
-El Rey se acercaba sigiloso-.Esta noche, Aurora, soltarás tus amarras,- dijo Fernando- y contigo deben hacerlo tus compañeras, romperemos el puente que une la ciudad.
No entiendo Majestad- dijo Aurora extrañada-
Este puente une el campo con la ciudad pequeña, y sin la tierra, toda ciudad, por muy poderosa que parezca está perdida. Los hombres nos rendimos antes ante el hambre que ante los ejércitos.
Aquella noche fue el principio de una nueva era, y los sueños de aquella ciudad se fueron cumpliendo. Las más bellas campanas para la torre más hermosa, los más bellos altares para las Iglesias más bellas de toda la cristiandad y la estrella más brillante cruzando un puente donde aún continúan los restos de aquella humilde barquita que cambió el destino de Sevilla.
Aurora navega ahora junto a su amigo Pedro por los mares celestes, y Sevilla…
Sevilla nunca olvidó a su Rey amigo.
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