Santa Justa y Rufina. Zacarito y la tiza mágica. Especial Corpus Christi (III)

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Por el 13/06/2017

Cuentos del Corpus… Santa Justa y Rufina

Santa Justa y Rufina. Zacarito y la tiza mágica. Especial Corpus Christi (III)

 

(Cuentos cedidos por José Antonio Colinet para AndaluNet)

Cuando los Reyes Magos visitaron a Jesús en el Portal, aún no tenían mucha experiencia sobre las preferencias infantiles, de hecho era la primera vez que elegían regalos para un bebé. Una vez entregados el oro, el incienso y la mirra, el paje más joven se acercó discretamente a Melchor y tirando suavemente de su hermoso manto le dijo al oído -creo que se os escapa algo Majestad-, ¿con qué jugará este Niño al que adoráis? Los tres magos se miraron atónitos, aquel pequeño paje estaba en lo cierto, ¡pero habían elegido con tanta ilusión aquellos regalos!, ¡habían pasado tanto tiempo buscándolos. Entonces Baltasar sacó de su bolsillo una pequeña tiza y la depositó a los pies del pequeño, por supuesto era una tiza mágica, pues todo lo que se pintaba con ella cobraba vida de inmediato.

El primer dibujo que hizo el joven Jesús fue un pequeño pececillo, al que puso por nombre Zacarito; pronto Zacarito se convirtió en su mejor amigo y el pececillo acabó sabiéndolo todo del pequeño nazareno.

Jesús creció y se convirtió en un hombre, había llegado la hora de volver con su Padre. Aquel día cercano a la celebración de la Pascua Judía, cortó su tiza en doce pedacitos y los repartió entre sus amigos, aunque Judas….bueno, Judas la perdió poco después entre unos olivos.

Los amigos de Jesús enseñaron a otros muchos a pintar aquel pequeño pececillo y Zacarito fue llegando a todos los rincones del mundo. Un día llegó a Híspalis, la ciudad donde vivían, Justa y Rufina, dos hermanas alfareras conocidas en el barrio por su amor a Jesús, y por su recio carácter.

Aquella mañana las hermanas, que no sabían quedarse calladitas, tuvieron un peligroso encontronazo con los dichosos romanos que paseaban orgullosos a su diosa Salambó por las calles de Triana, y ocurrió la tragedia.

– ¡Qué tenéis que adorar a nuestra diosa!

– ¡Qué no queremos!

– ¡Pues te rompo los cacharros!

– ¡Pues te rompo a Salambó!

Total que fueron apresadas y llevadas a una oscura mazmorra.

No la trataban bien los romanos y Justa y Rufina empezaban a flaquear. Una noche, salido de las sombras, apareció ante su celda un extraño personaje oculto tras una enorme capa. Vengo de parte de Santiago, -dijo el extraño encapuchado-, tomad esta pequeña tiza y pintad en la pared un pequeño pececito, él os ayudará.

Las hermanas obedecieron y un día tras otro, Zacarito les contaba historias de Jesús de modo que su fe se fue fortaleciendo.

Esto cada vez enfadaba más a los romanos, de modo que un día decidieron llevarlas al circo, bueno a un circo sin payasos en el que los leones tenían la fea costumbre de comerse a los cristianos.

Cuando Justa y Rufina se vieron ante las fauces de aquellas fieras, rápidamente sacaron su tiza mágica del bolsillo y pintaron a Zacarito en la arena, (nadie sabe que hablaron el pececillo y el león), pero el caso es que los leones cerraron sus fauces y se fueron maullando como mimosos gatitos, de modo que los romanos no tuvieron más remedio que perdonarles la vida.

Pasó el tiempo y Justa y Rufina siguieron erre que erre hablándole a todo el mundo de Jesús, Diocleciano, el mandamás de los romanos ya no podía más, por más que castigaba y castigaba a aquellas mujeres, ellas no cesaban de pintar pececillos por todas partes, de modo que harto de tanto pescadito volvió a mandar a las hermanas a la arena del circo.

Esta vez se cercioraron de que los animales tuviesen hambre como para comerse un regimiento y el circo se quedó sin entradas para ver a las hermanas, que ya eran famosas en la ciudad. Los romanos esperaban que los leones supieran comportarse y se las zamparan de una vez, los cristianos esperaban que Zacarito las salvara.

Sonaron trompetas y Justa y Rufina saltaron al ruedo, pero estaban muy cansadas, habían pasado demasiado tiempo desde aquel encontronazo con Salambó. Entonces, como conociendo cada una los pensamientos de su hermana se arrodillaron, cerraron los ojos, y comenzaron a rezar – Jesús, si a ti te parece, llévanos a tu Casa-, sacaron del bolsillo su tiza mágica, pero esta vez en lugar de pintar a Zacarito en el suelo hicieron unos trazos al aire y como un enorme arcoiris surcando entre las nubes, apareció un pececillo de tiza que podía verse desde todos los rincones de la ciudad. Justa y Rufina cerraron entonces los ojos y Zacarito, en un rápido movimiento de aleta, las subió a su lomo y desapareció, el público apenas pudo verlas sobrevolando el cielo azul de aquella Híspalis que algún día dejaría de ser romana, pero todos enmudecieron de repente.

Mucho tiempo después el recuerdo de aquellas alfareras seguía firme en la ciudad, y cada año, el día del Corpus, Justa y Rufina preceden a la Gran Custodia, entre ambas la Giralda y a sus plantas, Sevilla, la ciudad que no olvida.

Procesión Corpus Christi Sevilla 2017 (Más Información)

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