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Hace unos años, en un
programa taurino de esos que patrocinan finos y puros, Cuca García de
Vinuesa presentó con su mejor intención a Rogelio Gómez, el puntilloso
dueño de La Flor de Toranzo sevillana, como restaurador de fuste, a
lo que Rogelio, aficionado asolerado por antiguo, terció con un capotazo
mandón: "¡Tabernero, señora, tabernero! Yo no restauro nada".
Vaya quite. Por su parte, esa mujer poderosa que es Pilar Burgos, dama
realenga de un imperio comercial, también ha echado el capote abajo
para poner en su sitio al toro de la entrevista: "No, verá usted,
diseñadora, no, yo soy zapatera, como mi madre". Otra ovación.
Y mi primo Javier Vizcaíno, que es geólogo y abogado además de apotequista,
protesta muy seriamente con su bata blanca cuando el entrevistador le
llama farmaceútico: "Mire usted, a mí me gusta que me digan boticario,
que es lo que era mi padre y lo que era mi abuelo..."
Tengo una vieja idea entre ceja y ceja: que los que mandan en su oficio
y triunfan en él no se andan con remilgos nominalistas. La dignidad
no está en el nombre sino en el hombre. O en la mujer, a la vista está.
El desarrollismo y la nueva sociedad nos ha traído, en cambio, esa absurda
inflación terminológica que ha hecho del eufemismo y del puro rentoy
un criterio para variar los viejos nombres de oficio acrisolados por
el idioma. La vieja y nobilísima noción del perito, jibarizada quizá
por una denotación despectiva, desató una guerra de palabras que hubo
que zanjar -en un divertido homenaje a Peter- llamándole ingenieros
a los peritos de toda la vida y añadiéndoles superiores a los genuinos
ingenieros. Hasta hubo quien propuso entre bromas y veras llamar al
venerable maestroescuela nada menos que ingeniero pedagogo del mismo
modo que nuestros populares y benéficos practicantes no cejaron hasta
titularse, primero ateeses y, luego, diplomados en enfermería. Echo
de menos una ciencia de los oficios concebida como una rama de la sociología
de la honra que ahondara en estas obsesiones patrias que de un revés
displicente rechazan los grandes profesionales pero que obsesionan a
los mediocres hasta la paranoia. Pilar, Rogelio y Javier pasan a tope
de nombradías, pendientes como están, primero del servicio y luego,
de la caja. Son la reserva espiritual de la economía, supuesto que la
economía tenga algún espíritu...
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