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Tan grande es este Betis
bueno que no nos lo merecemos, que la Santa Iglesia Católica hasta va
a tener que cambiar el rito de difuntos: "Pulvis eris et multum
Baetis est, est, est, multum Baetis est...".
Hubo una vez un bético que cuando yacía ya en el lecho de muerte llamó
a todos sus hijos y bajo el escudo de las trece que tenía a modo del
Sagrado Corazón que en realidad era, les dijo: "Hijos míos, estoy
a las puertas de la muerte. Así que hacedme el favor de ir inmediatamente
a la secretaría de los palanganas y me apuntais como socio, para que
no se muera un bético, sino que fallezca un sevillista".
Este otro bético ha ido todavía más lejos. Ha inventado la inmortalidad
verdiblanca, que si decimos siempre que el Betis es una religión, me
imagino que en esa religión hay otra vida. ¿y qué vida mejor que los
verdes campos del Edén heliopolitano para acudir todos los domingos
y poder sentarse a la derecha de Ruiz de Lopera?.
A Trifón Gómez, aquel gran bético del Valle de Toranzo, le dio un día
un infarto de caballo y lo llevaron a una clínica que estaba junto al
campo. Era domingo, e inconsciente, oía en la UVI del hospital los gritos
de los coros celestiales del Gol Sur en la tarde de gloria: "Beeeetis,
Beeeetis". Trifón se salvó de aquello y contó luego a sus hijos
el lance: "Pues cuando oía aquellos gritos yo creía que me había
muerto, y que estaba ya en el cielo, porque como dicen que el cielo
es la mezcla de todos los bienes sin mezcla de mal alguno, pues el cielo
tiene que ser como el campo del Betis, y con el Betis ganando".
Esas cenizas del bético en un "tetra-brick" nos reafirman
una vez más en nuestra convicción de que hay vida bética más allá de
la muerte. ¿A que hasta Quevedo era bético? "Polvo serán, mas polvo
enamorado...de los goles de Alfonso". La situación, tras esto,
está clarísima: Viva el Betis...manque yo me haya muerto.
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